viernes, 10 de junio de 2011

Una vez... en un sueño

Abres los ojos. Justo delante de tí ves un camino y echas a andar, sin más. Tus pies desnudos sienten la tierra húmeda, y adviertes en su rojizo tinte el dolor impregnando tu piel. El olor a óxido en el aire te incomoda y, aunque tratas de no prestarle atención, su persistente presencia invade tu sentir y afloran otra vez los recuerdos...
Miras detrás de tí. En la oscuridad se perfilan los cuerpos de quienes sintieron y, aunque ya sin vida, te parece escuchar aun el clamor de sus gritos reverberando en las frías paredes del matadero.
El pánico te invade y corres. Corres hasta que te das cuenta de que es inútil escapar, que llegó el momento de dejar de excusarte. Allá por donde has pisado sólo crece la muerte, y tropiezas con su fruto a cada nuevo paso. Ya no puedes mirar a otro lado. Al lugar donde pretendes dirigir tu esquiva mirada ya está la suya esperando clavarse en tus pupilas. Suplicante, amartillando tu consciencia... Por más que lo intentas, no puedes evitar evocar el eco de los caducos gemidos de la agonía que se torna infinita. Miedo.

Continúas andando presa de la ansiedad. A pesar de la niebla, la tenue luz de una creciente y tímida luna permite que veas que ante tí tu camino se bifurca, obligándote a decidir cual de las dos nuevas sendas tomar. Al acercarte distingues algo al pie de cada una de éstas. Son pequeñas mesas sobre las cuales descansan sendos platos, lo cual abre tu apetito. Llevas rato andando y aunque sientes cansancio, el hambre enmascara las ganas de reposar. ¡La idea de llevarte algo a la boca te seduce tanto...! Pero... ¿Qué harán aquí estos alimentos? Te invaden las dudas.

El hambre te puede, y finalmente decides tomar uno de los dos. ¿Cuál? Te sorprendes cuando observas su contenido. Te fijas primero en el contenido del plato de tu derecha. En él percibes el horror del sufrimiento. Se retuercen perturbadas almas, y rezuman cuerpos que destilan agonía... Serpentea colérica la muerte segando tortuosas existencias, apagando la llama que fue hoguera. Tras barrotes y cadenas menstruan aves, y a descascarillados mamíferos de sus atuendos les desprenden, mientras roedores esperan ser alquitranados. Se colman del plato litros y litros de sangre blanca que se desparraman por la mesa hasta el suelo, tornándose roja y coagulándose en espasmódicos y amorfos abortos. Levantas la vista para ver el camino que hay detrás de la mesita y sin asombro adviertes que no es distinto que el que te llevó hasta allí. Mezclados con la tierra yacen dispares cadáveres, el miedo el estiércol y la sangre. Flanqueado por barrotes anudados, el sendero asciende sinuoso. En él no se adivinan seres vivientes, ni siquiera quedan gusanos, alguien los deglutó. Preceden gritos al silencio de la muerte.

El olor a heces y óxido que de las viandas se desprenden hacen que tu mirada vire a babor. Despojándote del horror, el deleite te arropa y la estupefacción se adueña de tus emociones al volcar tu mirada en el plato que queda a tu izquierda, pues éste irradia vida. De él rebosan frutas que ruedan hasta el suelo, hay legumbres y cereales que nunca antes habías visto, frutos secos esparcidos por doquier y verduras de un sinfín de colores que no imaginaste ver jamás. Montones de chocolate bañados en una cascada de zumos de frutas y leches vegetales proyectan destellos de luz que inspiran multitud de manjares cocinados con los mismos vegetales que brotan del plato. Al fondo del sendero comienza a desperezarse el día tras la arboleda y ya se oye el cantar de los pájaros...
Entonces entiendes. Los platos son símbolos que representan maneras distintas de vivir. Es la propia vida que, oníricamente representada como un camino, te está ofreciendo la opción de cambiar el sanguinolento camino por otro que augura vida y respeto. Llega el momento de seguir con el curso de tu existencia. Llegó la hora de decidir.

Y eliges. Eliges vida. Comes cuanto quieres creando la variedad de platos diferentes que la imaginación te brinda con sólo desearlo. Cuando te sacias echas a andar sendero abajo, feliz por tu decisión, sintiendo que es la más acertada. Sientes que nunca hiciste una elección tan firme.
Se acabaron los gritos, llantos y gemidos. Se acabaron los cadáveres reposando perennes sobre tus pasos. Se acabó esquivar las suplicantes miradas que pregonan clemencia, y los sacrificios en nombre de la costumbre. Se acabó el sometimiento y la dominación, el dolor y el sufrimiento. Se acabó la muerte.

Empieza la vida.

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